Enclavado en pleno corazón de Murcia, se encuentra el barrio de San Nicolás que mantiene aún toda la sensación dieciochesca de la nobleza de la ciudad, con esplendorosas casas que relatan con sus escudos la aristocracia de la historia del arrabal.
En la plaza y la calle del Santo Obispo, se alza la Iglesia de San Nicolás de Barí, majestuosa y de belleza austera, que guarda en su interior un rico patrimonio artístico.
Con anterioridad a la construcción católica se encontraba una mezquita árabe. Una vez conquistada por los cristianos la ciudad, dicha mezquita paso a constituirse en Iglesia, bajo la advocación de San Nicolás de Barí, siendo unas de las primeras parroquias de la Diócesis.
Tras la Reconquista en 1272, ya constaba su existencia. Desde un principio, cabe destacar que la construcción musulmana se utilizara como la parroquia, siendo a lo largo de la Edad Media cuando sufriría la metamorfosis de la Iglesia hasta principios del S. XVIII.
En cuánto a su descripción constaba de distintas capillas laterales y altar mayor. En torno al año 1600, el caballero Don Luis Gallego, amplió la capilla mayor, dando la licencia para tal fin el Obispo Don Sandro Dávila y Toledo, disponiendo para la ampliación de gran parte de terrenos y de algunas casas comprometidas para su compra.
Años más tarde se completaría la fachada con una portada, que fue llevada a cabo por el cantero Don Sebastián Pérez y Bartolomé Sánchez. Parece ser que el antiguo retablo fue utilizado para la nueva capilla mayor por su buen estado de conservación.
Sin embargo, en 1678, se le encargó al tallista Pedro Juan Taunga, vecino de Elche, un nuevo retablo de columnas salomónicas y de rica ornamentación, que fue reubicado en la nueva Iglesia en la zona colateral del Evangelio, adquirido por la familia Melgarejo por 2.500 reales, aunque desgraciadamente no se conserve en la actualidad.
Hacia el año 1717 y debido al estado ruinoso de la Iglesia, se efectuaron obras de gran urgencia dirigidas por el maestro alarife Don Juan López Arenas. Sin embargo, el estado precario conduce a la reconstrucción del actual templo, comenzando las obras en 1736 y terminaron el 6 de abril de 1743, siendo bendecida por el obispo Don Juan Mateo López, el 3 de octubre de 1743.
Las obras se llevaron a cabo gracias al feligrés bautizado y afincado en Madrid, Don Diego Mateo Zapata, médico de cámara del duque de Medinaceli, conocido por los enfermos como “Avicena del Siglo”. Mantuvo numerosas dificultades con la Inquisición, producto de la sospecha de judaizante, por lo que fue desterrado de Cuenca, Madrid y Murcia, por diez años y veinte leguas al contorno. Gracias al entusiasmo de sus amigos no amplió su sentencia y fue trasladado a Madrid. Al salir de las cárceles aclamó su fé y mandó construir la Iglesia de San Nicolás. Falleció en 1738 y fue sepultado en el mencionado templo, dónde en la actualidad se conserva la lápida de enterramiento de tan ilustre murciano.
En el interior, a lo largo de la planta que tiene forma en cruz latina, se distribuyen las capillas claustrales que se comunican entre sí, y estableciéndose en la parte superior de los arcos, las típicas tribunas con balcones; asimismo, el alzado se encuentra unido por unas grandes pilastras; con fustes cajeados y traspilastras; estas obras se atribuyen al arquitecto Fray Antonio de San José, director de los numerosos trabajos desarrollados en los nuevos templos de la diócesis; y dónde supo ofrecer una construcción mucho más seductora en el contexto del barroco, unificando la tradición consagrada en el Seiscientos, con la modernización en su arquitectura oblicua.
La decoración fue dirigida por Don José Pérez, tallista y arquitecto de la Corte, dotándola de acento madrileño; aunque las obras las ejecutó su más directo colaborador, Don Pedro Lázaro, que fue enviado por su maestro desde la capital de España.
San Nicolás posee cuatro pechinas de yesería con volutas, dedicadas a San Agustín, Santo Tomás, San Nicolás, y otra que aún no se ha logrado identificar; poseyendo una decoración que es de estilo Rococó, y muy elegante, tanto en el crucero como en la cabecera de la bóveda.
La Torre esbelta de forma cuadrada, a base de ladrillo visto con la más pura influencia madrileña.
Las dos portadas existentes en la parroquia han sido labradas en piedra, al más puro estilo Barroco italizante. En la zona occidental, tiene dos pilastras en diagonal, y arqueadas las molduras y cornisas; coronando un grandioso medallón en forma de piedra dadivosa que representa la glorificación de San Nicolás.
La portada meridional tiene el mismo paralelismo que la anterior, sólo existe la variación de la ventana pues tiene un romanato con un remate curvo con volutas, así como capitel jónico, con una hornacina de medallón de relieve, dedicado al santo en el “éxtasis milagroso guiando al joven mancebo”.
Los medallones poseen un gran valor artístico, suscitando distintas atribuciones; así, por un lado, la tradición lo cataloga como obra del escultor Francisco Salzillo y otros a su contemporáneo arquitecto y tallador en piedra Jaime Bort. En este sentido debemos de esclarificar ciertas impresiones aclaratorias que incitan a la duda; Salzillo no posee ningún precedente en su obra realizado en piedra, aunque sí es cierto que existe una cierta similitud de aspectos y desarrollo físico del medallón occidental de la Apoteosis de San Nicolás con la escultura de San Agustín del Convento de las RR.MM. Agustinas.
Por otro lado, las fechas de culminación de la Iglesia de San Nicolás ubican al joven Salzillo en una época de iniciación de su actividad artística; mientras, Jaime Bort se traslada a Murcia para trabajar en la portada de la Catedral en 1736, y acomete distintas edificaciones monumentales, permaneciendo una etapa amplía de su vida en está ciudad. La calidad de la estatuaria de Bort es ampliamente reconocida, rompiendo con su presencia los cánones de la compleja talla en piedra, pretendiendo siempre llamar la atención al transeúnte de la presencia de la casa de Dios.
Por lo tanto, en consideración a todos los argumentos expuestos; personalmente me inclino a atribuir los excelentes medallones al arquitecto y escultor conquense Don Jaime Bort.
Por otro lado, el retablo mayor fue costeado gracias a la donación del doctor Diego Mateo Zapata, bajo el cual dispuso su propia sepultura. Acabado en 1750, su autoridad es anónima, por lo que diversas atribuciones han sido barajadas por distintos investigadores; como la de Jaime Bort, maestro de influencia en retablos y fachadas; José Pérez arquitecto madrileño que tuvo su gran actuación en la nave sagrada, de estilo madrileño, junto a otras opciones, como Don José Ganga, Nicolás Rueda y Joaquín Laguna, discípulo de Antonio Dupart. Está catalogado como el primer retablo de la diócesis en su esquema. Elevado sobre un zócalo de mármol, se alzan cuatro columnas compuestas, que escoltan la hornacina principal, que alberga el grupo escultórico del Titular, San Nicolás de Bari, obra actual del escultor murciano, Don Juan Lozano Roca.
En la escena el santo milagroso se presenta grandioso y entronizado, llegando el conjunto a unas dimensiones de tres metros aproximadamente. El Santo se encuentra sobre una nube plateada, envuelta de numerosos angelitos que portan distintos atributos iconográficos de San Nicolás; el de su diestra sostiene el báculo dorado, y el de la siniestra la mitra. Viste el Santo con una túnica pontifical de color azul celeste con flores doradas. Otros tres angelitos aparecen dentro de un cubo, que según dice la tradición fueron salvados milagrosamente por San Nicolás. La imagen del santo se dispone a bendecir con su mano izquierda y con la mano derecha sujeta un gran libro. Posiblemente fue la fuente de inspiración de Lozano Roca, la imagen realizada por el maestro Salzillo de San Agustín del Convento de las Agustinas.
A ambos lados, se encontraban los nichos con los santos del bienhechor doctor Zapata, San Diego de Alcalá y San Mateo, completándose en la actualidad con San Ramón Nonato y Santa Teresa de Jesús del escultor Sánchez Lozano. En la embocadura se sitúa la Asunción a la Virgen y en el ático remata el Padre Eterno.
Dos retablos completan el crucero, del siglo XVIII y de autor desconocido, el de la izquierda, está presidido por un Sagrado Corazón de Jesús, donación de Doña Concepción Fontes, y el de la derecha recoge una imagen de la Dolorosa, cotitular de la Cofradía que reside en esta Iglesia y escoltándola en sendas hornacinas acristaladas se encuentran dos grandes obras; San José con el niño Jesús, obra de gran virilidad y ternura del granadino Pedro de Mena en 1672, y la Inmaculada con ángel a los pies, de 1676 y del mismo autor.
En la capilla de la comunión se encuentra San Antonio de Padua y el niño Jesús con pañales en sus brazos; midiendo la talla y peana madera 50 centímetros, de Alonso Cano; y colgado en la pared de la capilla, un marco relicario que contiene las reliquias de los santos mártires: Secundino, Victoria, Clemente, Inocencio, Máximo, Severino, Reparada Margarita y Desiderio.
La primera capilla de la derecha está dedicada a San Juan Bosco, obra de estilo valenciano; seguidamente, la preside un cuadro del Misterio de la Stma. Trinidad, obra maestra del pintor Almela Costa, donde se ubica la imagen del Jesús del paso de la Flagelación de la Cofradía del Amparo; y en la última capilla de la derecha, junto a la puerta principal, está la imagen del Cristo del Burgos de la Cofradía afincada en recientes fechas y con sede en el mismo templo.
En la primera capilla de la izquierda podemos admirar el altar con la Milagrosa, y la capilla dedicada al Stmo. Cristo del Amparo, titular de la Cofradía pasionaria. La Virgen del Carmen con las ánimas benditas, en la tercera capilla, fue obsequio de la Sra. Clara Pérez de Flacón en memoria de sus difuntos. Y la última es la denominada de la torre por dar acceso por una puerta muy pequeña, al coro, tribunas y torre, donde se halla el San Nicolás, de Josefina Noguera; el Encuentro del Calvario, con Jesús, la Verónica y San Juan, de Henarejos-Fernández; y con Jesús del paso de Pilatos de Antonio Labaña.